martes, 28 de diciembre de 2010

Más Allá del Pesebre


“Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La joven está encinta  y va a tener un hijo,
al que pondrá por nombre Emanuel.”
Isaías 7:14

 
En esta época del año el mundo pareciera volverse un lugar más cálido y piadoso.
Los corazones se enternecen, hay más sonrisas en los rostros, una mayor predisposición a dar y compartir crean una atmósfera que nos permite mirar al futuro con una inusual esperanza.

Nuestras casas se llenan de símbolos que anuncian la llegada de la Navidad, árboles navideños, cintas, velas, estrellas, todo apunta a que el mundo se prepara para recibir algo.

Los infaltables pesebres se dejan ver por todas partes, el niño envuelto en pañales en los brazos de María, los pastores, los ángeles. Todos ellos nos relatan una historia que aunque repetida nos sienta bien; algo en ese pesebre nos reconforta, una magia especial se apodera de nosotros, nos abstrae de nuestra cotidianeidad y lleva nuestros pensamientos a una dimensión diferente. No sabemos bien que es, pero algo nos atrae, una promesa tal vez, una necesidad, una búsqueda.

La Nochebuena por fin llega, los preparativos, la comida, la reunión con familiares y amigos. Al menos por unos minutos el mundo deja sus quehaceres y levanta una copa en favor de aquel niño. Es el momento culmine, nos abrazamos, intercambiamos buenos deseos, una palabra de aliento, un “te quiero”, un perdón, una mirada.

Con la misma velocidad con la que nuestro entorno se vistió de Navidad, el Año Nuevo comienza a tomar protagonismo, pronto nos encontramos recibiendo el nuevo año y mucho más rápido aún habremos vuelto a nuestra vida de todos los días. A pesar de los festejos y regalos, del hermoso tiempo compartido, un sentimiento extraño habla a nuestra alma, de alguna manera nos sentimos como un niño que esperaba encontrar algo más debajo del árbol, no sabemos bien qué era, pero nos queda sabor a poco, nos habían prometido más y no lo hemos recibido.

La cotidianeidad con sus responsabilidades y cargas pronto se encargará de acallar ese sentimiento, la esperanza de recibir ese algo se habrá esfumado dejándonos una vez más con las manos vacías.

¿Será que el pesebre no nos relata toda la historia? ¿Será que tanto preparativo nos ha distraído y no la hemos escuchado hasta el final?

El niño en el pesebre, frágil, inocente, ternura a flor de piel. Su carita pequeña, María apenas la deja ver, lo arropa con ternura mientras duerme, lo abraza con amor y lo alimenta. Desde el cielo el Padre lo contempla con decisión, ese mismo rostro pequeño es el que un día tan desfigurado habrá perdido toda apariencia humana.

De pronto el niño del pesebre se convierte en alguien sin belleza ni esplendor, no había nada de atrayente en él, varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento.

El niño del pesebre que todos queremos ver, es tratado como alguien que no merece ser visto.

Sin embargo, él estaba cargando con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores, fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades.

El castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud.
Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino. El Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.

El niño vino a nacer para ser maltratado, para someterse humildemente; y ni siquiera abrió la boca, lo llevaron como oveja al matadero.

Al niño del pesebre se lo llevaron injustamente y no hubo quién lo defendiera, nadie se preocupó de su destino. Lo enterraron al lado de hombres malvados, lo sepultaron con gente perversa, aunque nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca. (Fragmentos tomado de Isaías 52:13 al 53:12)

Lo que infructuosamente buscamos cada año debajo del árbol es lo que el siervo justo de Dios vino a traernos. El pesebre no nos cuenta toda la historia, tal vez sólo la parte que estamos dispuestos a escuchar.

Para no quedarte esta Navidad con las manos vacías, permítete escuchar un poco más, la historia completa es la que da sentido a la Navidad.

Dios ha preparado algo, un regalo que cada año coloca debajo del árbol para ti. Si te fijas bien, te darás cuenta que siempre ha estado allí, y aunque muchas Navidades ha quedado sin abrir, el Dios de misericordia lo sigue colocando cada año para ti.

No dejes que esta Navidad pase y se vaya dejándote otra vez con las manos vacías, decídete a conocer al niño más allá de su pesebre y recibe lo que ha venido a traer para ti.

“Y Jesús les dijo:
Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed.”
 Juan 6:35


“Y nosotros mismos hemos visto y declaramos que el Padre envió a su Hijo para salvar al mundo.”
1 Juan 4:1

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